Desafíos terribles con un final feliz

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Penelope Athanasiadis

Keiling Giron era una joven valiente de 25 años que, junto a su pequeño hijo Juan, de 7 años, emprendió un viaje incierto para encontrar una vida mejor. Decidió huir de la dura situación en su país de origen, tras sufrir abusos diarios por parte del padre de su hijo, y atravesó el temido Tapón del Darién en busca de esperanza.

El camino a través de las 575 000 hectáreas de la densa selva era arduo y peligroso. Keiling y su hijo llevaban tres días caminando por rutas inciertas, sin estar seguros de si avanzaban en la dirección correcta. A menudo sentían que daban vueltas en círculos, pero continuaban adelante. La madre cargaba a Juan en su espalda para protegerlo de las picaduras de los insectos presentes en esos senderos.

Durante su travesía, Keiling y Juan se encontraron con otros migrantes que también buscaban un futuro más prometedor, bajo la utopía del sueño americano. Sin embargo, no todos eran amables. Algunos se mostraron desconfiados e incluso groseros. La tensión era palpable en el grupo, que compartía desesperación y miedo. Aunque Keiling intentó entablar conversaciones para buscar apoyo mutuo, a menudo encontró más desconfianza y rudeza que solidaridad.

Un día, un evento devastador cambió sus vidas. Mientras intentaban cruzar un río, Juan perdió el equilibrio y cayó al agua. El corazón de Keiling se detuvo al ver a su hijo luchando contra la corriente. Sin pensarlo dos veces, se lanzó ella también. La fuerza de la corriente era abrumadora, pero la determinación de una madre no conoce límites. Keiling nadó desesperadamente hacia Juan, extendiendo una mano para alcanzarlo.

El agua golpeaba sus cuerpos con violencia, pero Keiling nunca se rindió. Agarró a su hijo con una fuerza inesperada, aunque finalmente la superó. A pesar de sus esfuerzos, Juan se soltó de las manos de su madre y desapareció en el río.

Keiling se aferró a su maleta, que había usado como flotador, e intentó nuevamente alcanzar a Juan. Aún golpeado por el agua y las rocas, el niño mantenía sus esperanzas. En un último esfuerzo, Keiling logró atraparlo y llevarlo a un área donde la corriente era menos intensa. Con lágrimas de alivio, finalmente llegaron a la orilla del río, exhaustos pero a salvo.

Aunque perdieron la maleta, que también contenía el dinero, lo único que importaba era que estaban juntos y con vida. La seguridad de Juan era lo primordial. Ante este cambio radical en sus vidas, decidieron permanecer en Panamá en busca de un futuro más estable y seguro.

Con determinación, Keiling buscó trabajo en ciudad de Panamá. Después de algunas semanas de búsqueda, tuvo la suerte de encontrar empleo como trabajadora doméstica en una familia amable y generosa, que valoró su dedicación. Le ofrecieron un trabajo, un salario y un lugar para vivir. Además, enviaron a Juan a la escuela para que pudiera aprender y hacer nuevos amigos.

En Panamá, Keiling y Juan encontraron la felicidad. A pesar de las dificultades previas, ahora contaban con un lugar seguro y un futuro prometedor. Esta historia, aunque afortunada en su desenlace, nos invita a reflexionar sobre las duras realidades que enfrentan los migrantes y subraya la importancia de la compasión y la ayuda mutua en un mundo lleno de desafíos.

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